Me llamó la atención en una conferencia de promoción del libro La ruta prohibida de Javier Sierra lo que contaba acerca de esta obra. El cuadro más famoso de Velázquez no sólo sería un retrato de los monarcas ni una instántanea de la vida de palacio en aquella época como nos han contado.
A simple vista, la infanta Margarita acompañada de su corte llega al taller de Velázquez para ver cómo trabaja. Pide agua y le ofrecen en un búcaro. En ese momento el rey y la reina entran en la sala y algunos personajes se detienen y saludan.
Sin embargo, hay algo más que se escapa a simple vista.
Ángel del Campo, un apasionado a la pintura y miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando e ingeniero de caminos, estudió el cuadro en profundidad. Basándose en la luz llegó a la conclusión que fue pintado un 23 de diciembre, casualmente, el día del cumpleaños de la soberana.
Halló una relación geométrica entre los personajes más iluminados y una constelación, Corona Borealis. La posición de su estrella principal, Margarita Coronae, coincide con la posición que ocupa la infanta Margarita. Coincidencia?
Y también el símbolo astrológico de Capricornio, nada menos que el horóscopo de la reina Mariana de Austria.
Quizá el por qué de todo esto esté en la pretensión del artista. No tuvo suerte la familia real con el tema de la descendencia, varios abortos y muertes al poco de nacer crispaban las esperanzas de Felipe IV por tener un varón heredero.
La obra pretendía ser un talismán de fertilidad que asegurase la continuidad dinástica de los Austrias.
Y debió funcionar pues nació Carlos II, aunque fue el último de los Austrias.