Me volví a despertar aterrado. No puede ser, otra vez no. Apreté los dientes y me sobrecogí. Esos llantos eran desgarradores y esa noche se oían más fuertes que núnca. Me levanté y, con sigilo, asomé la cabeza por la ventana...

Recordaba el misterio que envolvía la casa de enfrente por comentarios de mi abuela con otras vecinas, siempre en voz baja y con miedo. Tenía 10 años y supongo que evitaban hablar delante de mí.

En la casa vivía un anciano un tanto misterioso. Cerrada a cal y canto no salía apenas y sólo recibía visitas de su hijo muy de vez en cuando. No recordaba haberlo visto más de dos o tres veces.

Esa noche tenía la ventana entreabierta y se podía ver parte de la cama. No había duda que los llantos venían de la habitación donde dormía. Permanecí un rato observando cuando, de repente, ví que algo se movía. No sabía bien qué pasaba pero me dió la impresión que se levantaba, dónde va?...

Se me heló el alma cuando corrió el resto de cortina y lo ví de pié, mirándome fíjamente. Y continuó con el llanto. Él. Era el llanto de un niño...